“La posición del narrador en la novela contemporánea”: Adorno.

Lucio Arreola Barroso
4 min readMay 13, 2018

En su breve ensayo intitulado: La posición del narrador en la novela contemporánea, publicado como parte de sus Notas sobre literatura, T.W. Adorno (1903–1969) analiza la paradoja entre la imposibilidad de narrar y la exigencia de narración que surge por parte de la forma de la novela, que caracteriza la toma de postura del escritor frente a los hechos.

La imposibilidad podría decirse que nace de la apropiación del lenguaje por parte de las ideologías del siglo XX, y su correspondiente uso como medio de representación de la realidad por parte de éstas. En otros términos: la mera sugestión de lo real que emanaba de la novela realista del siglo XIX y, en general, de la búsqueda de formas realistas de las expresiones artísticas anteriores al siglo XX, pierden su vigencia debido a la politización que ha padecido la noción de representación en los últimos cien años.

Ya no se puede representar sin más el mundo de los objetos, sencillamente, porque se ha hecho patente, a través de las experiencias políticas del siglo XX, la mentira que supone pensar en una neutralidad del lenguaje, creado a partir de las convenciones que nos son impuestas, de donde provienen la mayoría de nuestras representaciones.

Pero también habrían otras razones para plantear dicha imposibilidad, todas ellas, íntimamente ligadas a la industria cultural, fenómeno social del que ya se hablará en otra ocasión, pero que, de momento, definiremos como el conjunto de cambios radicales que se gestaron durante la primera mitad del siglo XX, y que dieron origen a nuevos modos de producción de los objetos considerados con algún valor cultural, así como al cambio en el rol social que éstos cumplían. Por cierto, aquí ya no se estaría hablando de la mera transformación de las obras artísticas en mercancía, sino de la expansión del mercado cultural, que, a su vez, dio origen a la llamada cultura de masas, y a la organización de nuevas especializaciones laborales con base en dicho mercado.

Para ser más exactos, el cambio en el rol social del arte consistiría en lo siguiente: al ser apropiado por el mercado, el arte no sólo se vende como mercancía, sino que también deviene en entretenimiento, dado que tiene que ser dirigido a la mayor cantidad de público posible. Sin embargo, a la vez, es utilizado como herramienta de reproducción ideológica, en cuanto a que la búsqueda de una mayor ganancia económica limita cualquier apuesta artística innovadora. Como su producción no puede representar un riesgo financiero para el inversionista, al artista no se le permite ir más allá de los presupuestos establecidos por la sociedad, muchas veces expresados en las fórmulas de éxito comercial ya probadas.

Ahora bien, así como los avances técnicos trajeron como consecuencia que la pintura fuera relevada, en muchas de sus tareas tradicionales, por la fotografía, en el caso de la novela ha sucedido lo mismo, si bien mediante la crónica, el reportaje, el cine y la televisión, en tanto medios de expresión cultural, pero, además, bajo una limitación adicional que la pintura no tiene: el lenguaje, el cual obliga a la novela a fingir ser crónica pero sin serlo realmente.

Frente a la imposibilidad, que mencionábamos al inicio, que tiene hoy en día la narración de estructurar la vida como una totalidad continua y articulada (que sería repetición de lo que se nos ha querido hacer ver), o de ser pensada como la descripción de un acontecimiento especial, dados los impedimentos del mundo administrado, monótono y estandarizado en el que vivimos, la estética permite reflejar una toma de partido mediante la cancelación de la diferenciación entre los aspectos reales y los subjetivos en los hechos relatados por el autor.

El tabú que pesaba sobre la reflexión del autor y la exigencia de distanciamiento estética con respecto a lo que se narraba en la novela tradicional, por cuestiones éticas, hoy en día, se ve reemplazado por la mezcla entre el comentario y la acción a partir de, por ejemplo, el gesto irónico, que rompe la coherencia superficial de la historia, expresando así lo que subyace a ésta: la impotencia del propio autor con respecto a la supremacía del mundo de las cosas, dejando así su testimonio sobre su propia situación (nuestra situación actual), en la que el individuo se liquida a sí mismo con base en la necesidad de adaptarse a las circunstancias hegemónicas.

De esta manera, la posición del narrador en la novela contemporánea, nace como respuesta a la lógica impuesta por la industria cultural, buscando ir más allá de cualquier controversia entre arte comprometido, y aquella tendencia que define el valor intrínseco del arte como divorciado de cualquier función didáctica, moral o utilitaria: l´art pour l´art. De la misma forma, está por encima de lo que Adorno llama “la zoquetería del arte tendencioso y la zoquetería del placentero”.

Fuente: Adorno, Theodor W., “La posición del narrador en la novela contemporánea”, en: Notas sobre literatura, Madrid: Akal, 2003, pp. 42–28.

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